21 mar 2010

1898: ¿Desastre para quién?

En casa sabemos, por tradición oral sobre todo, que las causas y los efectos de la guerra de Cuba tardaron muchos años en ser superados, si es que acaso lo fueron totalmente. Mi tatarabuelo fue uno de los sobrevivientes de la batalla de El Caney, librada el 1 de julio de 1898. Con ella se iniciaron dos o tres fracasos militares de España que culminaron con la destrucción de la Escuadra del Almirante Cervera dos días después, en las costas de Santiago de Cuba y más tarde con la pérdida de Puerto Rico y Filipinas. Aquellas derrotas tuvieron efectos morales devastadores para un gobierno a seis mil millas de distancia física y distancia espiritual, que autorizó el 16 del mismo mes la rendición de la ciudad de Santiago de Cuba, donde residió el primer gobierno de la Corona española en la Isla.







Domingo del Pino Gutiérrez
Escrito el 30/11/1997

Cuando unos días después de la batalla de El Caney en el Palacio de los Capitanes Generales de La Habana el general Jiménez Castellanos entregó la soberanía de Cuba y Cuba misma a los Estados Unidos, se abrió el último capítulo de un imperio colonial español que la conferencia de Paris en diciembre de 1898 terminaría de desguazar.

Mi tatarabuelo, repatriado el 9 de Septiembre de aquel mismo año, transmitiría a su hijo su sentimiento de frustración por una derrota que él, como militar, creía que sólo tenía justificación política. Más tarde su hijo, médico republicano en la Sierra de Huelva, combatirá al caciquismo impulsado en toda Andalucía por Romero Robledo, uno de aquellos políticos de la todavía no llamada “generación política del desastre”, de tan larga vida.

Antes de ser asesinado prematuramente a los 50 años de edad en 1913 inculcó a su sobrino – mi abuelo – el convencimiento de que aunque la política no es más que la guerra por otros medios, debería desarrollarse por cauces civilizados y en un entorno de libertad e igualdad de oportunidades. En ese empeñó mi abuelo colaboró en su Sevilla natal con la Unión Republicana de Don Diego Martínez Barrios hasta que en 1940 murió casi al mismo tiempo que la segunda república.

¿Por qué la República? Pues como decía mi padre, eso no tiene nada que ver con la política, sino con la estética y la poética. Se trata de ser libres de pensamiento y poder expresarlo, de ser religioso o no sin la obligación de ser mojigato, y de saber que la Patria no es una suegra que invade la intimidad de los casados.

En El Caney, 540 soldados españoles combatieron contra 6.500 soldados americanos, con un coraje como si de aquella batalla dependiese el futuro de España y de su historia pero fueron machacados por el número. Desde entonces en Cuba, en Africa y en cualquier otro lugar, el mundo ha estado siempre en la misma proporción frente a Estados Unidos, con los mismos resultados. Pero aquella era la primera vez, y como primera vez y a título de ejercicio intelectual póstumo, existe la posibilidad de admitir que si algunos episodios se hubieran desarrollado de forma diferente, la historia posterior hubiera sido otra.

Podemos preguntarnos por qué Cuba se rindió en Santiago el 16 de julio de 1898, ante un máximo de 18.000 soldados americanos, cuando disponíamos, en las cercanías de esa ciudad de 8000 hombres en Manzanillo, 12000 en Holguín, 6000 en Guantánamo, más los 8000 de Santiago, y sin contar con los más de 100000 en condiciones de combatir, en toda la Isla. Españoles y americanos creían que la guerra tendría su epílogo lógico en La Habana, donde estaba la Capitanía General española y por lo tanto el poder.

Pero si la flota del Almirante Cervera fue a Santiago, si en pos de ella los americanos concentraron todo su poderío naval en las afueras de aquella bahía, si el desembarco norteamericano del 22 de junio tuvo lugar en las costas de Santiago, no se necesitaba ser ningún genio militar para comprender que en Santiago se iba a librar una batalla importante y que lo apropiado era enviar allí las fuerzas necesarias para ganarla.

A los cubanos, que aún no han resuelto el problema de una vida en libertad y democracia, que sería el ideal “aggiornato” de sus aspiraciones nacionales de 1898, la muerte prematura de José Martí el 19 de mayo de 1895, un mes después de su desembarco en Playitas, en la costa oriental, para dirigir la insurrección, les cambió el curso de la historia por completo.

Fidel Castro es el máximo exponente de que la toma del poder por la violencia difícilmente lleva a la democracia. Hasta que Cuba no disponga de un gobierno democrático surgido de un voto libremente expresado, los cubanos no habrán podido tomar la revancha sobre una historia que les privó desde el inicio de una opción civil de futuro.

Un siglo ha pasado y Cuba sigue sin encontrar aquella democracia que al final de siglo XIX hubieran podido comenzar a construir si el acorzado Maine no hubiese explotado en el puerto de La Habana, si Estados Unidos no hubiera intervenido militarmente, si José Martí no hubiera muerto en Playitas y toda una larga lista de condicionales que hacen que la historia sea lo que es y no lo debiera haber sido.

La intervención militar norteamericana significó para España la perdida de Cuba pero sobre todo su salida definitiva de aquel selecto club de grandes naciones y un trauma nacional del que no comenzó a recuperarse hasta 1978

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