Cuba. Veinte años de revolución casi cumplidos y una controversia permanente. La revolución ha erradicado el analfabetismo, ha liberado en teoría al hombre de la preocupación del desempleo, y ha extendido a todos la gratuidad de la enseñanza y de la medicina. El campo se ha transformado y han desaparecido los “bohios”. Sin embargo, todas éstas son realizaciones de los primeros años. Desde entonces para acá todo se ha deteriorado. Cerca de un millón de cubanos han emigrado y otra cantidad igual no ha podido hacerlo. Ya no son los terratenientes ni los “burgueses”, sino simples trabajadores e incluso negros los que desean marcharse del país.
Domingo del Pino entrevista a Carlos Franqui:
"Cuba o la revolución perdida"
Entrevista publicada el 21 febrero 1978 en Diario 16*
Carlos Franqui, según su relato, surgió para la revolución cuando tenía dieciséis años. Nació en 1921 en un latifundio azucarero. Participó en luchas sindicales y universitarias desde joven y militó en el ‘PSP, partido comunista cubano, que abandonaría en 1946, como él ha dicho en alguna ocasión, desencantado por una dirección ineficaz y corrupta. En 1947 participó en la expedición de “Cayo Confites” contra Trujillo, y allí conoció a Fidel Castro que entonces era estudiante.
A partir de 1952 se integra en el Movimiento 26 de julio y participa en la lucha clandestina contra Batista. Fue, en la Sierra Maestra, director de la Radio Rebelde del ejército castrista y director del periódico del “26 de julio” “Revolución”. Cuando los “barbudos” triunfan y entran en La Habana en 1959, Franqui dirigirá el primer diario llamado también “Revolución”, que ha de abandonar en 1963 porque el espíritu independiente del periódico ya choca con el formalismo revolucionario.
Ha rechazado cargos de ministro, pero siempre ha estado cerca de la cúspide revolucionaria. Fue el organizador del Salón de Mayo y del Congreso Cultural de La Habana, que reunió en la capital cubana a la mayoría de los intelectuales progresistas europeos y latinoamericanos.
En 1968, tras el apoyo de Cuba a la invasión rusa de Checoslovaquia, Franqui permanece en Europa. Desde entonces no ha regresado a La Habana y sigue buscando una revolución inalcanzable.
En esta entrevista se trata fundamentalmente de la cuestión de los derechos humanos en Cuba, un tema relativamente desconocido, pero de actualidad ahora que La Habana mantiene a unos 20 mil soldados en África.
DP.—El castrismo, si me permites llamarlo así, cumple pronto veinte años en el poder. ¿Qué balance se puede establecer de esa experiencia?
CF.— Esencialmente, que la nación cubana, mediante el Estado, recuperó sus tierras, riquezas, ingenios azucareros, minas, comercio y que todo el aparato del capitalismo fue destruido. Una medida popular como la campaña de alfabetización fue un inicio de cultura; se terminó el desempleo y mejoró la sanidad. Con una particularidad, que fue la primera revolución en el mundo no hecha por un partido comunista.
DP.—¿Y los aspectos negativos?
CF.— Esa es la segunda parte: la de los problemas actuales. En mil novecientos sesenta y mil novecientos sesenta y uno aparecieron ya problemas que son esenciales – y que detuvieron el desarrollo, profundidad y espíritu socialista y libertario de la revolución cubana: el caudillismo, el sectarismo y la influencia soviética. El sectarismo, rechazado por el pueblo, denunciado primero por «Che» Guevara y condenado por Fidel Castro después, fue una verdadera camisa de fuerza puesta al pueblo y a los hombres que habían hecho la revolución, el Movimiento Veintiséis de Julio, el Directorio Revolucionario y el movimiento sindical.
Este sigue siendo el problema fundamental. Culto a la personalidad y caudillismo, o viejos dictadores capitalistas, la diferencia no es mucha. En el caso de Cuba, y como nosotros teníamos conciencia del fenómeno del caudillismo, quisimos equilibrar esa personalidad extraordinaria de Fidel con una lucha popular, creando los instrumentos revolucionarios capaces de frenarle. Esos instrumentos eran los sindicatos, la prensa, la televisión, la cultura, las organizaciones populares y, sobre todo, estar muy atentos a la penetración del colonialismo soviético.
En mi libro Diario de la revolución, aparecido en «Ruedo Ibérico», podrás ver que algunas de esas polémicas surgen desde antes del triunfo de la revolución. En ellas ya se expresa la preocupación principal: no queríamos salir del colonialismo norteamericano para caer en el colonialismo soviético ni en el militarismo caudillista.
La primera cartilla de racionamiento fue establecida ya desde mil novecientos sesenta y uno. Es terrible que hoy, casi veinte años después y de acuerdo con documentos oficiales, si se compara la primera libreta de abastecimientos de mil novecientos sesenta y uno con la de mil novecientos setenta y siete, un cubano recibe menos en mil novecientos setenta y ocho de lo que recibía en mil novecientos sesenta y uno. Todo está racionado.
La burocracia en el poder
Por otra parte, todo aquello que era creación colectiva comenzó a transformarse en construcción burocrática y del Estado. Para mí, lo esencial de todo esto es que no se pueden confundir las nacionalizaciones con el socialismo ni al pueblo con el Estado. Este es el problema esencial, prácticamente, de todos los países «socialistas». También es la explicación básica de los problemas de Cuba.
D. P.—¿Cómo puede una revolución llegar a ser monopolizada por un sector primero y por un solo hombre después?
*C. F.—*Bueno, esto es importante tratarlo porque de este fenómeno se han derivado teorías como el «foquismo». Todo eso es falso. La revolución cubana es el producto de un movimiento, no de una vanguardia ni del espontaneísmo. Lo que pasa es que el Movimiento Veintiséis de Julio era muy amplio, con una definición básica, la lucha armada contra Batista, pero con un programa ideológico también muy amplio: libertad y anti-imperialismo. Todo estaba más o menos dirigido por personalidades. El único que tenía una base orgánica era el Ejército rebelde.
La razón fundamental de que prevaleciera una sola persona está en el tipo de organización que teníamos. Muchas de las personalidades fueron cayendo, porque, como es sabido, el aparato represivo es más fuerte de las ciudades que en el campo. No obstante, y como ocurrió con el «foquismo», cuando sin un gran movimiento de masas se quiere hacer un foco guerrillero, el foco es destruido, porque el Ejército puede concentrarse contra él.
En nuestro tipo de lucha, a la larga, la parte que prevalece es la militar. Argelia es un ejemplo: fue destruido el aparato clandestino y prevaleció el militar. En Cuba, y a los efectos de tu pregunta, se agrega otro fenómeno que no se puede desestimar, y es el magnetismo de Fidel Castro como líder.
D. P.—¿Qué causas llevan a ese monopolio unipersonal del poder y, a lo que parece indudable, una cierta responsabilidad de todos en ello?
C.F.— Tú llamabas bien al principio a esta revolución castrista o fidelista. Se trata de la aparición un poder total que destruye todos los instrumentos parciales de poder para crear uno único. Con ello se facilita una identificación enorme entre la persona que ejerce ese poder y todo el aparato. Fidel mismo lo dice en uno de sus discursos: «Las orejas de de la revolución oyen, la boca de la revolución habla, los ojos de la revolución ven.» Naturalmente, se refiere a sus propios ojos, sus orejas y su boca.
Control total
Fidel es la revolución y Fidel es el socialismo. Su poder es ilimitado, porque es a la vez militar, policiaco, económico e inclusive el poder de la esperanza, el de las promesas de futuro. Para el pueblo, que ve destruidos el poder de opresión policial y económica, sustituidos los viejos patronos, los viejos policías, los viejos jueces, un proceso revolucionario es algo nue4vo y tremendamente interesante: Tiene que transcurrir mucho tiempo para que entienda, en medio de todo el proceso, cómo está surgiendo el nuevo poder, la nueva clase, el nuevo aparato represor.
Cómo ese revolucionario policía se está convirtiendo en policía y dejando de ser revolucionario, cómo el administrador de una fábrica, aunque no sea el propietario, ejerce las mismas funciones que el patrón, no permite los sindicatos, hace trabajar más a los obreros, es ineficaz; cómo donde había un latifundista comienza a nacer un geófago revolucionario que le quita la tierra a los campesinos; cómo se crea un enorme aparato de poder.
La identificación del nuevo poder es un proceso muy lento; aun en la Unión Soviética, después de sesenta años de revolución, esto es aún confuso para muchos.
DP. — En tu opinión, ¿es Cuba un país socialista?
CF.— Para mí no lo es. Para mí el socialismo es una aspiración humana, pero no una realidad. Al menos lo que yo entiendo por socialismo, que es una sociedad del pueblo y no un poder fuerte o la propiedad del Estado. A mí me parece que el socialismo no existe ni en la URSS ni en ninguna otra parte. Hoy por hoy, Cuba es una colonia soviética.
En Cuba existe un aparato de casi un millón de personas que son el poder, la Policía, el partido, el Ejército, los administradores, los becados y los burócratas, que administran las riquezas del país en su favor, y millones de personas que trabajan como antes, tienen enormes dificultades, sufren la libreta del racionamiento, no pueden viajar libremente, no tienen sindicatos. Tampoco creo que Cuba sea una sociedad en transición, sino un simple capitalismo de Estado.
D.P. — Pero a pesar de esos problemas, la fracasada zafra de los 10 millones fue en realidad, con ocho millones doscientas mil toneladas producidas, la mayor de la historia de Cuba.
CF.— Sí, fue la mayor. Pero como la cuestión es de cifras, en 1952, casi veinte años antes, sin ningún esfuerzo y sin desorganizar todo el resto de la economía, se produjeron siete millones doscientas mil toneladas de azúcar. La zafra de los diez
millones le costó además a Cuba, en material y equipo, mil millones de dólares.
Lo concreto, es que a pesar de haber aumentado la capacidad industrial en un 50 por 100, a pesar de que ahora hay 50.000 tractores y antes sólo había cinco mil, la producción de azúcar no ha superado las cifras anteriores a la revolución. Además, ahora está racionada, cosa que no ocurría antes.
Momentos de disenso
D. P. — De todas maneras, la historia de Cuba es de rebeliones sucesivas: contra España, contra Machado, contra Batista. Hoy, sin embargo, no puede decirse que exista una rebelión ni en marcha ni en gestación.
CF.— Yo no puedo decir que exista hoy una oposición organizada. Sí afirmo que durante todo este periodo de que hablamos hubo momentos de descontento, de oposición y de disenso individual. Hubo una primera oposición al sectarismo y a la URSS en mil novecientos sesenta y uno y en mil novecientos sesenta y dos.
Oposición a la primera violación masiva de los derechos humanos, la famosa operación «P»,que quería decir proxenetas, pederastas y prostitutas. Se les detenía y les colocaban una gran «P» en la espalda. Primero fueron enviados a las cárceles, lue go a los campos – de trabajo. En mil novecientos sesenta y uno hubo también una deportación masiva de campesinos del Escambray, simplemente porque allí había guerrillas, algunas evidentemente apoyadas por Estados Unidos y contrarrevolucionarias, pero también había campesinos perseguidos.
Pero si vamos a esos grandes periodos de oposición colectiva tendríamos que recordar mil novecientos sesenta y cinco. Fue otro proyecto del aparato represivo que se materializó en la depuración de la Universidad, y se crearon las llamadas Unidades Miliares de Ayuda a la Producción (UMAP), verdaderos campos de trabajo forzado adonde fueron enviados miles de hombres acusados de vagancia, homosexualismo, o pertenecer a grupos o sectas religiosas, los que no aceptaban trabajar los domingos, los objetores de conciencia, los que practicaban ritos negros.
El año de mil novecientos sesenta y cinco fue particularmente violento en la violación de los derechos humanos. En mil novecientos setenta y uno hubo un nuevo proceso represivo. Se decretó la llamada ley Contra la Vagancia, que reproduce prácticamente todos los viejos bandos del colonialismo español de la época de Tacón. A causa de esta ley, vigente aún hoy, más de cien mil personas fueron enviadas a los campos de trabajos forzados.
Claro que en Cuba, como la represión y el terror son totales, la oposición no puede manifestarse mediante huelgas, ni asambleas, ni reuniones. La única forma de lucha de clases es, si tú quieres, trabajar lo menos posible, negarse a producir, que es lo típico de los países socialistas. Este capítulo de los derechos humanos es, en mi opinión, lo más negativo de la revolución cubana.
DP.—¿Cuál es, pues, la situación? ¿De desesperanza? ¿La gente vive al día, tratando de sobrevivir… ?
CF.— Pienso que la situación es dramática. Creo que hay una enorme frustración, una gran tristeza, un enorme descontento y mucha confusión. Creo que en Cuba, al igual que en los otros países socialistas, la gente empieza a comprender cuáles son los mecanismos de un poder que presentan como poder del pueblo. Toda lucha comienza por un proceso de toma de conciencia de la realidad. Después de la independencia no fuimos libres. Después de la revolución no somos socialistas. Liberarnos de España nos costó un siglo; de Estados Unidos, sesenta años; de la U.R.S.S., estamos empezando.
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