“No vivimos, esperamos vivir”, solía decir Blaise Pascal. En Cuba cualquiera entiende qué quería expresar con ello el filósofo francés. A solo 90 millas de las costas de la Florida, la revolución cubana, último rescoldo activo de lo que fuera el bloque comunista occidental, se esfuerza desde hace 48 años por sobrevivir a sus dos enemigos principales: Estados Unidos, el imperio más poderoso de todos los tiempos, que la mantiene sometida a un estricto embargo; y a la vieja guardia del régimen, que encabezan los hermanos Fidel y Raúl Castro, quienes han recluido a los cubanos en un purgatorio de retóricas gastadas, dogmas en desuso, y represiones de otros tiempos.
Domingo del Pino Gutiérrez
Publicado en Política Exterior, Septiembre/Octubre 2007, Nº 119
Las dificultades permanentes de los hermanos Castro para proporcionar a los cubanos, más allá de los datos macroeconómicos, un nivel de vida y de consumo, de opciones laborales, políticas, culturales y sociales, y de libertades, entretienen desde hace casi medio siglo ese “esperar vivir” de que hablaba Pascal. Mientras Fidel Castro se protege detrás del soberbio convencimiento de tener razón contra todos, los cubanos sobreviven con la esperanza de que ningún tiempo futuro puede ser peor.
A los daños visibles causados al pueblo cubano por los dos líderes se sumaron, desde 1990, las consecuencias del hundimiento del bloque comunista, en cuya división internacional del trabajo se había inscrito Cuba desde su adhesión al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) en 1972. Como resultado, el PIB cayó bruscamente un 35 por cien y las importaciones se redujeron un 75 por cien. La “libreta” de racionamiento, instaurada en 1962 y en vigor 45 años después, es testigo mudo del drama alimentario de todas las familias que no reciben dinero del extranjero y no disponen de “pesos convertibles” para comprar, aunque sea a precios exorbitantes, en las tiendas especiales hoy permitidas.
Tras la retirada de Fidel Castro de la política activa, se habla -fuera de la isla, claro está– de la necesidad de preparar el fin del castrismo y comenzar una transición democrática en Cuba. Qué aspecto tendrá esa transición es difícil de imaginar, aunque las opciones teóricas no son muchas:
1) Una sucesión continuista de acuerdo con las Constitución y las instituciones cubanas que, a sus 78 años de edad, llevaría a Raúl Castro, que ya es segundo en todo aquello en que Fidel es primero, a la Presidencia del Consejo de Estado, la jefatura del Gobierno y de las Fuerzas Armadas, y la Secretaria General del partido.
2) Una transición formalmente continuista, con un periodo de reformas económicas progresivas destinado sobre todo a mejorar las condiciones de vida del ciudadano, que podría resultar a medio plazo en un sistema político parecido al chino, controlado por Raúl Castro, las fuerzas armadas y el partido.
3) Un improbable e imprevisible proceso constituyente que facilite la tan ansiada transición democrática, asi como la reforma política y económica del sistema y que desemboque a medio plazo en una democracia homologable.
La experiencia de las transiciones anteriores en los países del antiguo bloque comunista sugiere que no existen reglas probadas que permitan anticipar la forma y las circunstancias en que un régimen pasa del autoritarismo a la democracia, de la economía estatalizada y planificada a otra de libre mercado, del partido único al pluralismo político, y del rígido encuadramiento de la sociedad por las organizaciones de masas, a una sociedad civil activa e independiente.
El periodo especial en tiempos de paz
El colapso de la URSS sacó bruscamente al régimen cubano de la rutina dogmática y retórica que se le había contagiado desde que en 1972 Cuba se integró plenamente en el CAME. Aquella decisión la había introducido en la distribución internacional del trabajo que auspiciaba ese bloque. En 1989, el 80 por ciento del comercio cubano – 6000 millones de dólares – era ya con los países del CAME. La ayuda de la URSS la evaluaban algunos economistas cubanos en 4300 millones de dólares anuales, 2000 millones procedentes de la venta de petróleo a precio subvencionado y de la compra de azúcar por la URSS a precio superior al del mercado, y 2300 millones al año en préstamos.
Con ese formidable paracaídas Fidel Castro pudo llevar su “internacionalismo proletario” a una veintena de países y desempeñar en la escena internacional el papel de emperador de la revolución que la dimensión humana y el potencial económico de Cuba no le hubieran permitido en otras circunstancias.
En 1993 el volumen global de su comercio con el CAME había descendido a 2000 millones de dólares, la tercera parte de los ingenios azucareros dejaron de moler, porque el precio del petróleo hacía imposible producir azúcar con rentabilidad; la producción de energía eléctrica sufrió recortes importantes y afectó a todos los sectores que de ella dependen, incluida la refrigeración y conservación de alimentos; los transportes se vieron seriamente afectados; la dieta alimentaria de la libreta de abastecimientos sufrió recortes considerables.
El país se preparaba, como le había pedido Fidel Castro, “para lo peor” que vino con el ciclón Dennis, que causó daños por valor de 3000 millones de dólares y contribuyó a hacer más insoportable la situación general. La crisis obligó al gobierno cubano a iniciar un “período especial en tiempo de paz”, según lo llamó Fidel Castro, y a tomar, entre 1993 y 1994, medidas urgentes que permitieron la creación de “mercados agropecuarios” libres, de cooperativas y pequeñas empresas individuales o familiares, por cuenta propia, así como la asociación con empresas extranjeras, destinadas sobre todo a incentivar y garantizar la producción y la productividad.
Las dos medidas más de mayor repercusión fueron la creación de Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) a partir de 1993-1994 y la autorización a los cubanos que recibían remesas en dólares de sus familiares en el extranjero a comprar en las tiendas especiales creadas para diplomáticos y turistas, que solo aceptaban divisas. A partir de 2004, cuando el gobierno cubano decidió que dejara de circular el dólar en Cuba, surgió el “peso convertible” que comenzó a cambiarse a una paridad de 24 pesos cubanos o 0,86 dólares.
El gobierno entregó a las UBPC en usufructo y para una gestión colectiva y autónoma aunque planificada, el 50 por ciento de la tierra propiedad estatal. Hasta la fecha se han creado 1541 UBPC, que entre todas empleaban en 2006 a un total de 95000 trabajadores. Poner en marcha un sector que había permanecido estatizado y subvencionado en los últimos treinta años no fue fácil, pero el último informe de 2006 del ministerio de Agricultura, que tutela a las UBPC, señalaba que 696 UBPC eran ya rentables, 117 más que en 2005, que en el mismo periodo el número de cabezas de ganado se había incrementado en 17,000, y que la producción de leche había alcanzado los 10 millones de litros. Estas UBPC cosechaban ya en la misma fecha el 73,5 de las viandas (frutas y hortalizas) producidas en el país.
Aún así, las UBPC y el limitado trabajo por cuenta propia permitido – moneda corriente desde los años sesenta en el resto de países comunistas – fueron presentadas en Cuba como genialidades y ocurrencias novedosas de Fidel Castro, aunque en su ánimo, no constituyen ni constituyeron nunca una tendencia definitiva. La importancia de esas áreas parcialmente liberadas radica en la importancia del sector estatal que le fue entregado para su gestión.
La estatización de la tierra en Cuba, fue consecuencia de las leyes de Reforma Agraria de 1959 y de 1963, y de sucesivas “ofensivas revolucionarias”, había colocado en manos del estado el 70 por ciento del suelo disponible, el 80 por ciento de la producción agrícola y 58,000 empresas, un número muy superior a las 38.384 empresas que la Junta Nacional de Economía tenía registradas en 1958. Las nacionalizaciones habían incluido hasta a los vendedores ambulantes, una medida que no tenía significado económico real, sino político: no permitir que el capitalismo levantara cabeza jamás en Cuba.
aunque limitada, esta última experiencia liberalizadora, como todas las anteriores, ha produido resultados estimulantes y ha mejorado la disponibilidad de productos alimentarios. el peso convertible ha contribuido también a aliviar la lamentable situación de la población despuésde 1989 y permite a las familias completar la dieta de la libreta. Las remesas del extranjero son hoy una parte indispensable para la supervivencia de casi el 50 por ciento de las familias cubanas.
Venezuela entra en juego
Pero no serán las UBPC ni el peso convertible las que permitirán al gobierno cubano esperar con cierto alivio la salida del túnel en que les sumergió el hundimiento del campo comunista. Ese respiro vendrá del primer acuerdo petrolero firmado con el gobierno venezolano de Hugo Chávez en el año 2000, por el cual Venezuela se comprometía a suministrar a Cuba a precio subvencionado 59.000 barriles de petróleo al día (bpd) durante 15 años.
Tres años más tarde, en 2004 ese acuerdo fue ampliado para que Cuba recibiera, en mejores condiciones aún, 90000 bpd y, desde entonces, los cubanos tienen acceso a la tecnología petrolera de Venezuela. Cuba produce a su vez unos 80000 bpd que, sumados al petróleo venezolano, cubren las necesidades del país estimadas en unos 160000 bpd. A partir de 2008 varias compañías internacionales, entre ellas la española Repsol YPF, iniciarán prospecciones en aguas profundas de la costa norte de Cuba, donde existen esperanzas razonables de encontrar petróleo.
En este periodo de tiempo, Cuba y Venezuela crearon la Petro-Caribe, una oficina regional de Petróoleos Vvenezolanos destinada a vender petróleo subvencionado a los países de la región a cambio – según analistas norteamericanos – del apoyo a la revolución bolivariana que patrocina Hugo Chávez. La ayuda venezolana a Cuba supera ya a la ayuda que Cuba recibía del bloque comunista. De acuerdo con analistas independientes, el primer acuerdo petrolero supuso una ayuda para Cuba de entre 3000 y 4000 millones de dólares calculados sobre el ahorro para el país por el precio subvencionado del combustible. El segundo acuerdo sitúa a venezolana al régimen de Castro en una horquilla entre los 6000 y 8000 millones de dólares al año.
No tiene nada de particular, en estas circunstancias, que Fidel Castro haya declaradora que el personaje mundial que más admira es Hugo Chávez.
El Presidente venezolano impulsa con Castro el proyecto ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), que ha sido denunciado por Estados Unidos como un intento de buscar apoyos políticos a cambio de petróleo subvencionado. Nadie ha recordado, sin embargo, que Simón Bolivar, tuberculoso y a punto de morir, escribió el 9 de noviembre al general Juan José Flores: “América del Sur es ingobernable. Lo único que se puede hacer es emigrar. El estado final más probable de esta parte del mundo será el caos más primitivo”.
La institucionalización de la isla
Cuba sigue percibida por la oposición como un país dirigido por un dictador que toma todas las decisiones, desde la más importante hasta la más intranscendente, por si mismo, y en el que las instituciones no son más que cajas de resonancia. Esa visión comienza, no obstante, a alejarse de la realidad. En los últimos años el régimen se ha organizado, y un denso entramado de instituciones, estructuras de gobierno, y organizaciones de masas proporciona, en teoría, una estabilidad a la sucesión en circunstancias normales, y un encuadramiento de la sociedad que ha impedido hasta el presente toda vida política fuera del partido comunista de Cuba (PCC).
Aunque tardía con respecto al triunfo de la revolución en enero de 1959, una primera Constitución de 1976 y dos reformas constitucionales de julio de 1992 y junio de 2002 han permitido han permitido establecer procesos electorales que han garantizado una notable renovación generacional de los órganos del poder. La Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), cuyo mandato es de cinco años, es la instancia suprema de la nación y, según la Constitución, designa al Consejo de Estado que consta de un presidente, que a su vez nombra a los miembros del gobierno, un vicepresidente primero, cinco vicepresidentes, un secretario, y 23 miembros más. Con la excepción de Carlos age, que a sus 56 años de edad no forma parte de la élite fundadora, los otros siete cargos principales lo ostenta la vieja guardia.
Fidel y Raúl Castro se han repartido históricamente el primer y segundo puesto en los tres pilares de la revolución, las fuerzas armadas, de la que el primero es comandante en jefe y el segundo ministro, el PCC, donde ocupan la primera y la segunda secretaría, y el Consejo de Estado, en que Fidel es presidente y Raúl primer vicepresidente. Desde agosto de 2006 Raúl Castro ejerce también las funciones de presidente por haber renunciado a ellas, por enfermedad, su hermano Fidel.
La legitimidad de los nuevos nombramientos no está ya solo en su filiación política como en el pasado, sino en los conocimientos técnicos y administrativos,.como no podía ser de otra forma, ya que el 80 por ciento de los cubanos ha nacido después de 1959. La Constitución, no obstante, legitima y perpetúa el sistema de partido único e imposibilita que ninguúnna otroa partido concurra a los comicios. La Constitución no garantiza la separación de poderes porque poder ejecutivo y legislativo son uno solo en la práctica, y porque la Constitución subordina el poder judicial está subordinado al poderal poder legislativo (la ANPP) y al poder ejecutivo (el Consejo de Estado).
En cualquier caso y a pesar de sus manifiestas limitaciones, unos ocho millones de electores cubanos, más del 80 por ciento de los cubanos mayores de 16 o 18 años, las edadesque es la edad mínimas para ser elector o elegido, participan en esos procesos electorales. La última ANPP la componen 609 diputados, de los cuales unel 35,9 por cien son mujeres, y un 32,84 por ciento negros y mestizos. 32,84 por ciento, ambos en aumento con respecto a la Asamblea anterior. Además, 378 diputados son nuevos, lo que significa una renovación del 62 por ciento de los diputados de una legislatura a otra.
Pero los candidatos a la diputación solo pueden ser propuestos por las organizaciones de masas y estudiantiles y han de ser elegidos con más del 50 por ciento de los votos antes de ser presentados a los electores, que elegirán entre ellos a los diputados de las 609 circunscripciones que representarán en la ANPP a los los 169 municipios en que se dividen las 14 provincias de la Isla. El voto final es libre y secreto lo que teóricamente permitiría un voto general de castigo, que no se ha producido.
La oposición interna
Hasta el presente, el régimen cubano ha descartado y reprimido con gran dureza todo intento de constituir una oposición interior. A quienes han defendido la posibilidad de convivencia entre cubanos de credos ideológicos diferentes, de un sistema político en libertad, el régimen les ha tratado de agentes de la CIA, de “gusanos”, de manipulados desde el extranjero, de subversivos, provocadores, terroristas, y otros calificativos por el estilo.
Pero los tiempos han cambiado y lo que se ha devaluado son las dictaduras, los totalitarismos y los mesianismos de índole religiosa o política. Los líderes carismáticos tienen cada vez menos cabida en la modernidad y van siendo sustituidos progresivamente por equipos, universitarios, profesionales. Fidel pertenece a la especie en extinción de “soberanos” absolutos que creen que sus países les pertenecen con todo lo que tienen dentro, incluidos los seres que los habitan.
En la última década la oposición interior ha logrado una notable visibilidad que es paralela a un mayor reconocimiento exterior. Un centenar de grupos políticos, ONGs, asociaciones de derechos humanos, movimientos cívicos,que se esfuerzan por rescatar del olvido a sus familiares presos, constituyen la demostración viva de que ninguna dictadura puede acabar con la libertad. Así existe un Movimiento Cristiano de Liberación, que lidera Oswaldo Payá, un Partido Socialdemócrata que encabeza Vladimiro Roca, una Asamblea para promover la Sociedad Civil, que lidera Martha Beatriz Roque, las famosas Damas de Blanco, premio Sajarov por la libertad de Conciencia, y otros muchos grupos y partidos, dentro y fuera de Cuba, que constituyen el embrión de una posible sociedad plural futura.
La experiencia y el destino del llamado Proyecto Varela recuerda, sin embargo, las dificultades de la oposición en Cuba. El 10 de mayo de 2001 unos 11.000 ciudadanos, amparados en una provisión constitucional que permitía la iniciativa de un proyecto legislativo a quienes pudieran presentar ese número de firmas, entregaron a la ANPP un proyecto de ley que en esencia decía que “Cuba necesita cambios en todos los órdenes” y que “corresponde a los cubanos definir cuáles deben ser esos cambios y realizarlos dentro de un proceso donde todos participen y nadie sea excluido”.
La respuesta del régimen fue modificar la Constitución para que el proyecto no pudiera seguir adelante. La reforma constitucional de 26 de junio de 2002 cambió el Artículo 3º del Capítulo 1º de la Constitución para añadirle un párrafo que decía: “El socialismo y el sistema político y social revolucionario establecido en esta Constitución, probado por años de heroica resistencia frente a las agresiones de todo tipo y la guerra económica de los gobiernos de la potencia imperialista más poderosa que ha existido y habiendo demostrado su capacidad de transformar el país y crear una sociedad enteramente nueva y justa, es irrevocable, y Cuba no volverá jamás al capitalismo.”
Con ese clarísimo y tajante rechazo de todo posible pluralismo, Castro parecía querer dejar “atado y bien atado” para la posteridad su idea de que Cuba sea el primer Estado comunista del mundo. Esa obsesión data de la segunda mitad de los años sesenta, cuando el líder cubano, en medio de la polémica chino-soviética, y de sus propias diferencias con la URSS por el ritmo que ese bloque quería imprimir a realización del comunismo en el mundo, encargó al capitán Arturo Lince hacer de Isla de Pinos, hoy Isla de la Juventud, el primer prototipo de sociedad comunista. El PCC y su organización juvenil seleccionaron a sus militantes más leales y los enviaron a Isla de Pinos para ser los animadores de un experimento sobre cuya realización la población de la Isla no había sido consultada previamente.
Cuando la Universidad de la Habana, en donde yo estudiaba en 1968, a petición del PCC decidió enviar a un par de cientos de alumnos de Periodismo y Ciencias Sociales a investigar por qué aquella idea tan bien intencionada no funcionaba, el fracaso ya era irreversible. El capitán Arturo Lince lo había organizado todo como en un cuartel: con órdenes, mandos, y sin ninguna preocupación por hacer entender a la ciudadanía de aquella isla el objetivo del experimento.
Peor aún, el PCC había creído que en Isla de Pinos podrían “regenerarse” mediante el trabajo trabajo todos aquellos que que la Seguridad del Estado iba recogiendo en las ciudades y que consideraba elementos antisociales: homosexuales, prostitutas, disidentes, y todo aquel que no pareciera integrado en la revolución. Un par de botas, un pantalón y una camisa de trabajo, para todo el año, y vales para restaurantes, cafeterías e incluso para la heladería donde se vendían los helados Coppelia,constituían el primer viático hacia la felicidad que iba a traer el comunismo.
Límites de la posible transición
Tan difícil como pronosticar el futuro inmediato después de Fidel Castro, es sopesar objetivamente las dos visiones de Cuba que promueven la oposición exterior e interior, y el régimen, más extendidas y enfrentadas de Cuba. La que promueven el muy dividido exilio exterior y la débil e incipiente oposición interior, y la que defiende el régimen, con gran habilidad por cierto como lo demuestra la última reverencia prepóstuma de la izquierda europea a un sistema político y económico superviviente de la utopía marxista y de la guerra fría, hecha a través del libro Fidel Castro. Biografía a dos voces del periodista Ignacio Ramonet, publicado por la editorial Debate.
Para los primeros, Cuba esse trata de un régimen dictatorial y represivo dirigido por una vieja guardia superada, que no respeta los derechos humanos, donde todavía se aplica la pena de muerte por actos que en otras latitudes merecerían una simple sanción, donde libertades fundamentales no están garantizadas, y que ha fracasado en lo que debería ser objetivo central del gobierno: mejorar las condiciones materiales de vida de los cubanos. Para el régimen, por el contrario, es indudable que Cuba ocupa un honorable lugar 50º en el índice de desarrollo humano establecido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano (PNUD) en 177 países. Cuba se sitúa así detrás de Argentina (36º), Chile (38º) y Uruguay (43º) y por delante de México (53º) Perú (82º) Ecuador (83º) Nicaragua (112)º.
La expectativa de vida al nacimiento es de 77.6 años, 15 años más, según Fidel Castro, que al inicio de la revolución en 1959, y mayor que en todos los países latinoamericanos antes mencionados. El índice de alfabetización de la población es hoy en Cuba del 99.8 por ciento, superior al de España que la ONU sitúa en 99.4; la medicina y los cuidados hospitalarios incluidos los estomatológicos son gratuitos, al igual que la enseñanza; nadie paga más de un 10 por ciento de su salario por la vivienda, la jubilación está garantizada, así como, según sostiene Castro, el pleno empleo.
Salvo una pequeña corrupción muy extendida, de “subsistencia” o supervivencia, no existen casos de enriquecimiento desmedido aunque algunos miembros del régimen, oficiales de las fuerzas armadas incluidos, se han situado al frente de importantes industrias o empresas del país que les permiten a ellos y a sus familias un nivel de vida muy por encima del cubano medio.
A pesar de esos logros, recogidos in extenso en el discurso de Fidel Castro enpor el 50º Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada el ( 26 de Julio de 1953), tres millones de cubanos – de una población actual total en la isla de 11 millones se exiliaron, principalmente a Estados Unidos, y medio millón se encuentran inscritos, a pesar de las enormes dificultades que esa decisión les ocasiona en la vida cotidiana, en las listas de solicitud de visado para emigrar.
Represión de los opositores
El régimen de Castro tiene y tuvo desde el inicio predisposición a la represión drástica de todas las disidencias. No es solamente el exilio de Miami el que lo pregona y el que, al exagerarlos, devalúa la credibilidad de unos hechosa situación que se bastan por si solos para dar testimonio de un drama humano real. Una persona tan próxima a la revolución original como Carlos Franqui relata, en su libro Retrato de familia con Fidel, cómo los órganos policiales y de seguridad de la revolución introdujeron desde muy pronto la tortura y los fusilamientos entre sus “métodos de trabajo”. Benigno, el nombre de guerra de Daniel Alarcón Ramírez, que acompañó a Che Guevara a su aventura guerrillera boliviana, relata que decidieron fusilar a un guajiro de 18 años que se había unido a la revolución en la Sierra Maestra e 1958 para que sirviera de ejemplo, porque había robado una lata de leche condensada de los abastecimientos de la columna de que formaba parte.
Nadie sabe a ciencia cierta cuantas personas fueron fusiladas en los primeros años de la revolución. El historiador británico Hugh Thomas cree unos 2000 o 3000 cubanos perdieron la vida de esa manera. Otras fuentes elevan la cifra a 5000 personas. Pero los fusilamientos no son cosa del pasado. En 2003 fueron fusilados tres jóvenes que secuestraron un bote para escapar a Florida. La Unión Europea suspendió una vez más su proyecto de cooperación con Cuba en señal de protesta.
Peor que los fusilamientos, probablemente, es el hostigamiento cotidiano al que las organizaciones de masas someten a los opositores a la revolución; los tristemente celebres “actos de repudio” que aplican contra quienes consideran desafectos constituyen un atentado brutal contra la dignidad humana y los derechos humanos. Este terror sicológico puede explicar lo que deja perplejos a los observadores externos: que nadie se haya rebelado o manifestado en los 48 años de régimen.
La insularidad y el encuadramiento de la sociedad por la Seguridad del Estado, por los comités de Defensa de la Revolución, por el PCC y por media docena de por las numerosas organizaciones de masas más, convierte en imposible la inhibición interior. Integrarse de alguna manera, practicar lo que los islamistas en otro contexto llaman la takya, la ocultación, ha sido en 48 años de revolución un ejercicio de supervivencia. Es lo que permite entender que en Cuba, como recuerda la experiencia de en todos los otros regimenes comunistas de la Europa del Este, situaciones que parecen muy consolidadas, pueden cambiar radicalmente de la noche a la mañana.
También en Cuba se repite lo que ha sido constatado en otros regímenes dictatoriales o revolucionarios: que en determinadas circunstancias, las masas – en cuyo nombre se realizan las revoluciones y los cambios violentos y que sirven de legitimación para los regímenes dictatoriales – pueden ser más crueles con sus conciudadanos que el propio régimen.
EE.UU. elemento decisivo de la transición
EE.UU intervino en la última guerra cubana de emancipación de España de 1895-1898 y sustrajo a los rebeldes de entonces la posibilidad de proclamar y negociar ellos mismos la victoria sobre la metrópoli. Desde entonces y hasta el triunfo de la revolución en 1959, 10 presidentes de Estados Unidos intervinieron en Cuba siempre que lo consideraron útil para la defensa de los intereses norteamericanos. Uno de ellos quiso comprar la Isla a España por 300 millones de dólares; otro quiso colonizarla, en un episodio que ha contado el periodista cubano Enrique Cirules en su libro Conversación con el último norteamericano; y un tercero intentó mantenerla como una estrella más de la bandera norteamericana, al igual que a Puerto Rico.
Después del triunfo de la revolución en 1959, otros diez presidentes aportaron alguna medida contra el régimen cubano. Aunque Castro les ha sobrevivido a todos, la historia de esos 109 años de las relaciones cubano-norteamericanas, autoriza a pensar que a nada de lo que ocurra en Cuba después de Fidel será ajeno Estados Unidos.
Imaginar cómo manejará Raúl Castro, si es que él quien lleva a cabo la transición, los innumerables problemas que surgirán, está abierto a todas las conjeturas. Las fuerzas armadas cubanas que él dirige han invertido mucho en el sistema y una cierta clase de oficiales está interesada personalmente en su mantenimiento. A Raúl se le reconoce como el mayor defensor de la evolución del régimen hacia el comunismo, del mantenimiento del rigor dogmático en economía, en cultura y en proyección internacional, así como de la represión interior.
Una primera incógnita es cómo contemplaran Raúl, y Hugo Chávez, la alianza tejida con Fidel para la revolución bolivariana que implica el proyecto ALBA. Una segunda incógnita son las relaciones con la nueva generación de cuadros militares y del partido nacidos después de la revolución. La tercera incógnita es la reacció del pueblo cubano, que Fidel inclinaba de su lado y gobernaba con discursos interminables, ante un Raúl que puede aburrir en siete minutos de conversación.
Fidel y el Che monopolizan toda la iconografía revolucionaria de las izquierdas latinoamericanas y europeas. Raúl no figura en ese retrato de familia. Pablo Neruda decía en sus memorias Confieso que he vivido, que se había pasado la vida defendiendo a regímenes dentro de los cuales no podía vivir. Tal vez lo siguiente sea seguir a José Saramago, que tuvo el valor de decirle a Fidel Castro: “Basta. Hasta aquí hemos llegado.”
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