El combate de las Guásimas fue el primero que libraron los norteamericanos en suelo cubano después de desembarcar el 22 de Junio de 1898 en la costa sur de la provincia de Santiago. Una abigarrada soldadesca constituida por cowboys y sheriffs, deportistas de los clubes más selectos de Nueva York y americanos corrientes y molientes había puesto pié a tierra por primera vez en la parte más oriental de la Isla de Cuba. Animados por el mismo espíritu con que habían combatido a Toro Sentado en las planicies del Oeste americano, estaban ansiosos por entrar rápidamente en combate.
Las Guásimas
La primera batalla norteamericana en tierra cubana – 24 de Junio de 1898
Por Domingo del Pino
El mayor general Joseph Wheeler, “nuestro más conspicuo gallo de pelea” como le llamaba Roosevelt, segundo jefe de los famosos Rough Riders, que habían llegado no obstante sin cabalgaduras, se contaba entre aquellos que tenían prisa por ver sangre, española a ser posible.
Nada más puesto pie a tierra y organizados, en medio de un desorden generalizado, los primeros campamentos y desembarcados los pertrechos más necesarios, el general Wheeler convenció al jefe de la expedición, general Rufus Shafter, que mandaba el Quinto Cuerpo expedicionario, de que le permitiera dirigir una fuerza de reconocimiento.
A pesar de las facilidades para la defensa que ofrecía la agreste costa cubana, desde la cual 500 hombres bien armados y decididos hubieran podido impedir o perturbar considerablemente aquel desembarco, nadie disparó un solo tiro para impedirlo o dificultarlo.
El General insurrecto cubano Castillo, siguiendo órdenes de Calixto García, se había puesto a las órdenes del General Shafter. Cuando los americanos vieron en el estado en que se encontraban aquellos mambises pensaron que aunque poco se podía lograr de ellos al menos los utilizarían como exploradores.
La cita con ellos era para el día veintitrés en que deberían ayudar a establecer el mapa de las posiciones españolas y guiar a los norteamericanos por los mejores caminos para alcanzarlos. Los norteamericanos acamparon ese día 22 de junio en un altozano polvoriento con la manigua a un lado y al otro. Toda la mañana del día 23 la emplearon en desembarcar los pertrechos que traían con ellos.
Mientras, los jefes descubrían que una cosa eran los planes matemáticos concebidos en los estados mayores y otra la guerra real. Los caballos de los famosos Rough Riders habían sido olvidados en Tampa y los transportes de tropas, aquellos que en el papel de Estado Mayor se contaban en número de uno por cada 25 soldados, brillaban por su ausencia.
Una de las barcazas que les llevaba a tierra volcó y los fusiles y soldados que transportaba cayeron al agua. Por fortuna, con ellos viajaba Knochblau, todo un campeón de natación, que se sumergió varias veces para recuperarlos.
Por la tarde, bajo ese sol tropical que la humedad hace insoportable, estaban todos tan cansados que establecieron su campamento donde se encontraban. El ataque había sido decidido para la primera hora del alba del día siguiente. El propio coronel Wheeler había procedido personalmente a reconocer las posiciones enemigas, a tan solo cuatro leguas del lugar de acampada.
El cielo se había cubierto de negros nubarrones pero, afortunadamente para los norteamericanos, aquella noche no llovió. La madrugada del día 24 el general Lawton había enviado avanzadillas de reconocimiento por las veredas que iban desde Daiquiri hacia el poblado de Las Guásimas. Aquellos cowboys de piernas arqueadas por las largas cabalgatas se sentían incómodos y cansados subiendo y bajando lomas sin sus caballos. Lawton colocó a esa singular “caballería” sin caballos frente a las líneas españolas.
Al anochecer y poco antes de que cayera un fuerte aguacero, los americanos habían encendido fuego para calentar la cena. Sus raciones consistían en café, cerdo enlatado y “hard-tack” o galletas de maíz que muchos de ellos freían con el cerdo. Los cubanos, que se suponía combatirían con ellos, no habían aparecido con la excepción de tres o cuatro exploradores que desparecieron a los primeros disparos. El insurrecto Castillo había chocado la tarde antes con las tropas españolas y se reponía del encuentro. Según consignaría años más tarde el propio Roosevelt, llegaron cuando el combate ya había terminado.
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