Entré en el Centro Gallego de la Habana, el corazón de la emigración gallega en Cuba, por primera vez allá por diciembre de 1963. Había llegado a Cuba unos meses antes y me alojaba aún en el Hotel Sevilla-Biltmore, al otro lado de la calle de la vieja institución gallega. Solía comer en un pequeño restaurante vegetariano y familiar que había por allí cerca, en las callejuelas de detrás del Palacio Presidencial. El dueño del local había colocado al pez de espada entre las especies vegetales y por eso me tuvo como cliente asiduo mientras duró su libertad de comercio en pequeña escala, que fue muy poco tiempo. Alguien me había dado el soplo de que en el Centro Gallego aún se podía una beber una cerveza “por la libre” y además con tapa, algo realmente inusual en aquella Cuba entonces ya austera por necesidad.
Exilios, patrias chicas y otros espacios de humanidad
Domingo del Pino Gutiérrez
Publicado en el Nº 1, Primer Trimestre de 2008
de la Revista Galegos
El Centro Gallego en 1963 era un testigo mudo pero muy visible de tiempos mejores y de la pujanza económica de la comunidad gallega en Cuba. Había sido fundado por Waldo Álvarez Insúa en noviembre de 1879, un gallego natural de A Estrada, que emigró a Cuba en 1877, se graduó en la Universidad de la Habana de abogado y a los dos años de su llegada, buscando la creación de un Ateneo Gallego, acabó creando el Centro Gallego.
Originalmente el Centro estuvo instalado en el antiguo y soberbio Teatro Tacón, situado en el Paseo de Isabel II, más tarde Paseo del Prado, centro de la vida habanera en los dos siglos coloniales anteriores.
Rine Leal, autor de una “Breve Historia del Teatro cubano” recuerda que las artes escénicas se iniciaron en Cuba siguiendo los patrones de la escena española, a partir de las festividades del Corpus Christi, en tiempos tan remotos como 1520, la primera referencia que él recuerda. Según su testimonio, el Teatro Tacón surgió como obra de uno de los grandes potentados del siglo XIX, “Pancho” (Francesc) Marty, encargado por el Capitán General Miguel Tacón (1834-1838) de las grandes obras de la Isla. Su riqueza, como la de tantos otros, estaba ligada al tráfico de influencias y a la trata de esclavos. Dice Rine Leal que cuando un día preguntaron a Pancho de dónde venía su fortuna, respondió: “Pues de donde va a ser; de vender negros y de comprar blancos”.
El Teatro Tacón en el origen
El Teatro Tacón había sido inaugurado en abril de 1838, tenía capacidad para 2000 personas sentadas y 750 de pie y era uno de los tres mejores del mundo en su época. En el siglo XX lo adquirió la comunidad gallega de La Habana, lo reconstruyó, y en 1915 reabrió sus puertas como Gran Teatro Nacional y poco más tarde como Centro Gallego. Durante la guerra civil española y como testimonio del apoyo de parte de la directiva a la sublevación militar contra la II República, fue rebautizado como Centro de Cultura Hispana.
Eso no le impidió estar en el centro y convertirse en el escenario de una división entre gallegos en el exilio tan radical como la de la misma España. Son divisiones naturales e inevitables que en cada época tienen un origen y un motivo distinto. En Cuba es primero la actitud hacia la esclavitud la que divide; luego la rapacidad de la colonización; después las luchas de los cubanos por su independencia, por liberarse de la mediatización y tutela de Estados Unidos; a favor o en contra de la II República española más tarde; y por último en apoyo o en oposición a la revolución triunfante en 1959.
La revolución cubana nacionalizó el Centro Gallego en 1961 y le dio el nombre de Teatro García Lorca, que aún conserva. Durante la mayor parte del siglo XX fue el escenario de todas esas pasiones encontradas entre gallegos y entre españoles en general. El Teatro Tacón, la estructura de base sobre la que se levantó el Centro Gallego, estaba construido en forma semicircular. En cuanto se atravesaban sus enormes portalones, dos grandes y señoriales escalinatas en forma de abrazo conducían a los dos pisos de que se componía el edificio.
Cuando lo visité por primera vez el bar, los salones de juego y de lectura y no sé que más estaban en el primer piso. Numerosos gallegos desposeídos de sus comercios y tiendas — bodegas, como las llaman los cubanos – por la revolución pasaban allí las horas muertas probablemente sin tiempo ya para esperar una nueva vuelta de la rueda de la fortuna. El segundo piso lo ocupaba otro exilio de signo diferente de gallegos y otros españoles exiliados que habían llegado, como yo, atraídos por la joven revolución cubana.
En la segunda planta tenía su sede la Sociedad de Amistad Hispano-Cubana (SACE) creada en enero de 1962 para aglutinar a la emigración progresista española. Sus órganos de expresión era el periódico España Republicana, dirigido por Manuel Carnero, y un tiempo de radio en Radio España Independiente que cuando yo conocí el centro llevaban Ramón de Lorenzo y su hija. En el primer piso el ruido de las fichas de dominó al ser movidas y chocar entre ellas parecía pretender acallar los recuerdos y las añoranzas; en el segundo piso abundaba la gente a quienes la represión había acostumbrado al silencio, a vivir en la clandestinidad, a reunirse en secreto, y a no mencionar sus verdaderos nombres.
No era muy reconfortante saber que una veintena de escalones tan solo separaban a aquellas que con frecuencia han sido calificadas de dos Españas. Subiendo por aquellas escaleras para ir a la segunda planta me pregunté muchas veces si a los franceses, los ingleses, o los americanos les ocurría también que una mitad de su país hubiera tenido que vivir con frecuencia exiliada de la otra mitad. En el caso de la Cuba de 1963, por circunstancias excepcionales, representantes de esas dos mitades convivían exiliados en Cuba y compartían los locales del Centro Gallego.
Gallegos que lucharon por la independencia de Cuba
El escritor y periodista gallego Xosé Neira Vilas, en su libro “Galegos que loitaron pola independencia de Cuba”, pone involuntariamente de manifiesto esta realidad. “Houbo alí”, escribe, “xente nosa dende o mesmo arribo de Cristóbal Colón pero a emigración masiva comeza a partir do 1868” cuando “Carlos Manuel de Céspedes outorgó a liberdade á súa dotación de escravos negros e era necesario propiciar o branqueo da poboación e chegado o caso recrutar emigrantes como carne de cañon para combater ós insurrectos”. Y eso es lo que ocurrió, aunque los 109 casos de gallegos que lucharon con los mambises que consigna Neira en su obra no compensen, en el imaginario colectivo cubano el número crecido de gallegos que engrosaron los Batallones de Voluntarios que ayudaron al ejército colonial en las guerras de 1868, 1879 y 1895. Pero los gallegos, como los españoles de otras regiones, estuvieron en los dos bandos enfrentados.
Los gallegos que “loitaron” del lado de los mambises eran en su mayoría gente “do campo”, pasaron rara vez de simples soldados, mientras que quienes alcanzaron galones como el capitán Xosé Iglesias Touron, el comandante Domingo Pastoriza, el teniente coronel Antonio Castro Velo, eran todos profesionales, marineros, empleados de comercio, sastres, carpinteros, etc. Al igual que el hombre de negocios Félix de los Ríos, que conoció accidentalmente a José Martí en un viaje a Nueva York y acabó de capitán organizando expediciones para el ejército mambí.
En los primeros treinta años del siglo XX los gallegos emigraron masivamente a Cuba y participaron, como Francisco Marcos Raña o Manuel Fernández Colino — que también formó parte de la brigada internacional cubana-0 en la organización del partido comunista español en Cuba y en la consolidación del partido comunista cubano, legalizado desde 1938.
El golpe de estado de 1952, que abrió una segunda etapa represiva con Fulgencio Batista, desencadenó la lucha final de los cubanos contra la dictadura y el triunfo de la revolución de Fidel Castro en 1959, tuvo entre los gallegos el mismo efecto catalizador que entre los cubanos: unos perdieron sus propiedades y comercios, nacionalizados, y otros lucharon en la guerrilla alcanzando altos grados en el ejército rebelde.
Los años entre la primera y la segunda guerra mundial, años de emigración gallega a Cuba intensificada al menos en las tres primeras décadas del siglo, fueron testigos de varios exilios y actuaciones políticas cruzadas. El de numerosos cubanos que se exiliaron en España para huir de la represión desatada después de la huelga fracasada de 1935; el de los cubanos que acudieron a combatir contra el levantamiento militar en España contra la II República; y a partir de 1939 el de los republicanos españoles que se exiliaron en La Habana después de derrotada la II República.
En 1964 comencé a trabajar en el ministerio de Industrias, que entonces dirigía Che Guevara. Tenía como compañero de trabajo a Justo Nicolau, hijo de Ramón Nicolau que a principios de la contienda civil española organizó el envió de voluntarios cubanos a luchar en defensa de la República española. Mucho se ha especulado sobre cuántos cubanos atravesaron el Atlántico. La cifra que daba Nicolau, sin ser definitiva, era de 800 cubanos. Fue en el ministerio de Industrias donde supe que entre estos exilios cruzados había otro más: el de los niños españoles que durante la guerra civil fueron expatriados a Rusia, entre los cuales había también gallegos que volvían treinta años después al país más próximo a España.
Calidad intelectual y humana del exilio republicano en Cuba
La calidad intelectual y humana del exilio republicano en Cuba la confirman algunos nombres entre los cuales destacan María Zambrano, Manuel Altolaguirre, Ferrater Mora, Mira López, Alejandro Casona, Concha Campos y José Rubia Barcia, fundador de una Escuela Libre de La Habana que trasladó a la isla caribeña la experiencia de la Institución Libre de Enseñanza española del siglo anterior, y de la Academia de Artes Dramáticas, la primera en su género en Cuba.
Pero escribir sobre los gallegos, como escribir de cualquiera de las componentes de la nacionalidad cubana — negros, chinos, peninsulares (españoles), y otras nacionalidades americanas -tiene la dificultad añadida de no poder ser muy preciso por muchos motivos. Primero porque los cubanos llaman gallegos a todos los españoles sin distinción. Segundo porque, salvo por las aspiraciones nacionales, los intereses encontrados, la posición asumida en las múltiples etapas claves de la historia cubana, desde los tiempos más remotos y en particular desde las guerras y levantamientos contra la metrópoli del siglo XIX, en Cuba se enfrentaron siempre españoles entre sí o ciudadanos con un elevado porcentaje de sangre española en sus venas.
Los gallegos, cuando estos pueden ser distinguidos del resto, combatieron en ambos bandos en las guerras hispano-cubanas de 1868, de 1879, y de 1895 que es la que finalmente borra a España en 1898 del club de las grandes potencias coloniales. Lo mismo estuvieron en los Batallones de Voluntarios que cooperaban con el ejército colonial, que en las guerrillas de la insurrección contra la metrópoli. A otro gallego, Eugenio Montero Ríos, le tocó firmar el Tratado de Paris que puso fin a la España imperial.
La guerra civil española dividió radicalmente a los gallegos de Cuba, como a todos los otros españoles. Se formaron varios partidos gallegos, en defensa de la República o en defensa de la sublevación militar. Entre 1936 y 1939 surgieron Afirmación y Defensa y Pro Renovación y Defensa Social, que tuvieron en Lar un vocero dirigido por Eladio Vázquez Fierro. De la simpatía por la II República surgió la Hermandad Gallega, fundada en 1938, que a su vez se dotó de un órgano de expresión, Loita, dirigido por Xerardo Álvarez Gallego.
Los amigos de la República trajeron a Cuba en 1938 a Alfonso Rodríguez Castelao que recorrió la isla e intervino en numerosos mítines y actos públicos de solidaridad con la República. Su popularidad y capacidad de convocatoria era tanta que la Hermandad Gallega aumentó considerablemente el número de afiliados después de su visita. En 1945 Castelao volvió a visitar Cuba aunque en otras circunstancias. Antes habían llegado a La Habana otros gallegos como Xosé Rubia Barcia (1939), Santiago Alvarez, que habló en el Centro Gallego en 1940. Enrique Lister Forjan, que llegó a Cuba por primera vez en 1918 y que luego fue funda fundador del Quinto Regimiento.
La Iglesia cubana, constituida en su mayor parte por curas y jerarquías eclesiásticas españolas, a diferencia de la iglesia en otros países del Continente americano, estuvo siempre del lado de la colonia, de los gobiernos dictatoriales cubanos y después del triunfo de la revolución, contra ella. A ese enfrentamiento no es ajena la pugna del Vaticano en el siglo XIXcontra la masonería y en el XX contra las iglesias protestantes de Estados Unidos que estuvieron en 1895-1898 del lado del bando contrario al de los curas españoles y a favor de la insurrección. Como símbolo de esas diferencias, en 1898 el obispo de La Habana ofreció a las autoridades coloniales españolas todo el capital de la Iglesia cubana para ayudar a subvencionar la guerra. Otro gallego, el arzobispo de La Habana Monseñor Pérez Serantes, simbolizó en la última fase, ese desencuentro entre la iglesia cubana y la revolución.
La planta superior, donde estaba instalada la SACE, con sus enormes salones, sus techos pintados de angelitos y musas a la vieja usanza, sus áreas privadas reservadas a los naturales de las distintas regiones de Galicia, sugería un pasado próspero de celebraciones, fiestas, bailes y otros misterios gozosos. En cuatro salas, una por provincia, había sido reconstituida Galicia, a diario añorada y recordada. En la parte dedicada a los originarios de Ortigueira, como en las otras tres, las paredes recubiertas de maderas preciosas y llenas de fotografías personales podían contar decenas de historias, de sueños, de acontecimientos inolvidables para los fotografiados. La cámara de fotos había dejado constancia de todo lo que verdaderamente importa a una familia: los nacimientos, los bautizos, las bodas, los festejos más intrascendentes, e incluso las muertes.
La historia de migraciones y exilios cruzados no ha terminado. Hoy son ya más de 30.000 los cubanos de origen español, en su mayor parte gallegos, que se han inscrito en el Consulado español de La Habana para recuperar la nacionalidad perdida. El propio ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, ha dicho en alguna ocasión que si todos los cubanos de origen español reclamaran la nacionalidad para emigrar, Cuba perdería a más de la mitad de la población.
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