29 jun 2010

Angola y Mozambique: historias de África

 Todas las revoluciones de los últimos veinte años, desde la cubana, han atraído a intelectuales, jóvenes trotamundos y, sobre todo, a hábiles ejecutivos representantes de los diferentes partidos comunistas del este de Europa, que actuaban de comisionistas intermediarios entre las empresas de sus países y los nuevos Estados socialistas.












 Domingo del Pino Gutiérrez



(Nota: Este texto es la actualización de una Tribuna Libre 
publicada por mí en El País de 22 de agosto de 1980)

La independencia de las colonias portuguesas dio de nuevo una oportunidad a revolucionarios, progresistas e idealistas de todas las partes del mundo. Se encuentran también en Angola donde un puñado de españoles, junto con gentes de todos los continentes, apoyan al Frelimo, mientras siguen su búsqueda en pos de la revolución ideal.

La revolución cubana, cuando todavía era respirable, puso de moda la costumbre de acoger en sus grandes hoteles de lujo o albergar en las miles de casas que iban dejando vacías los cubanos que se exiliaban a revolucionarios, progresistas y curiosos venidos de todas partes del mundo. Unos querían aprender a hacer la revolución; otros pretendían que ya sabían hacerla y pedían sólo dinero y armas, y la mayoría porque creían que en Cuba se podía poner en práctica la gran utopía de todos los tiempos de cambiar al mundo y al hombre, como proclamaban los cubanos.

Junto a la avalancha de jóvenes altruistas dispuestos a descartar el dinero como motor de sus actuaciones aparecían, de vez en vez con sus trajes grises y maletines de documentos a la manera de empresarios, los viejos zorros de los comités centrales y de los burós políticos de los partidos comunistas de todo el mundo. También, por supuesto,  guerrilleros reales o virtuales, revolucionarios en potencia, aficionados, y aventureros de todo tipo.

Los primeros, sin ilusiones ya de ningún tipo, venían a extender por otros cielos el hábito inaugurado por la URSS de convertir a los "partidos hermanos" en comisionistas e intermediarios entre las grandes empresas, comerciales e ideológicas, de la URSS y los partidos y empresas delos países capitalistas. Para la URSS, esto tenía la doble ventaja de intentar romper el bloqueo comercial de Occidente y de hacer que fuesen las empresas capitalistas las que indirectamente financiasen a los partidos comunistas hermanos.

Desde la revolución cubana de 1959 hasta el presente no hubo más revoluciones triunfantes en Occidente. Algunos de aquellos tratantes de ideología o revolucionarios fueron a la Argelia de Ben Bella, sin mucho éxito, y el triunfo de Allende en Chile hizo que muchos se desplazaran a Santiago de Chile. Cuando la experiencia chilena fracasó, aquella internacional trashumante quedó un tanto desconcertada. En África estaban en marcha varias revoluciones o guerrillas simultáneas pero solo la de Gadafi disponía de medios económicos para hacer atractiva cualquier solidaridad, pero su austeridad y su estilo trascendente y tremendista descorazonaba a los más osados.

La independencia de las colonias portuguesas vino a ofrecer nuevas oportunidades a aquellos que se negaban a poner sus talentos al servicio de sus respectivas sociedades capitalistas pero para entonces los primeros altruistas españoles, franceses, americanos, ingleses, y otros que se estrenaron en Cuba, cuando Mozambique y Angola se hicieron independientes ya habían echado barriga los hombres e hijos las mujeres. El entusiasmo revolucionario de los primeros tiempos había menguado a la vista de las experiencias vividas en Cuba.




También España

La Angola dura, demagógica, cubanizada por unos cubanos a su vez sovietizados, les hizo desertar rápidamente a todos, excepto a Augusta Conciglilia, pero eso es otra historia. En Angola y Mozambique se instalaron más de mil trotamundos de siempre que, sin haber encontrado en el FRELIMO o en el MPLA la revolución ideal que buscaban, aún tuvieron aliento para partir a Nicaragua a la búsqueda de esa inexistente tierra de promisión revolucionaria o comunista.

Lo absolutamente novedoso fue que España y los españoles, que siempre llegan tarde a todo, se integraron muy bien en ese movimiento internacionalista. En Mozambique trabajaron una docena de jóvenes, casi todos antiguos sacerdotes, la mayoría son miembros de IEPALA, que se había convertido en realidad en la verdadera Embajada de España en aquel país. A tal punto, que la embajada oficial quería convertirse en embajada real oficializando un poco a quienes los mozambiqueños consideraban verdaderos embajadores.
 Pero ¿Por qué no si el aristocratísimo embajador italiano no tenía inconveniente en darse un paseo por el muelle de Maputo para estrechar las manos de los chicos de Lotta Continua, Il Manifesto, o de la Region Reggio Calabria, que habían fletado un barco con la solidaridad italiana para Mozambique?

Todo el mundo tenía prisa por llegar y hacerse un lugar en un mundo nuevo de revolucionarios y nadie reparaba en esos detalles e incongruencias. Pero, junto a los nuevos jóvenes revolucionarios, o diplomáticos bisoños del mundo socialista, los señorones de los comités centrales y burós políticos de los partidos comunistas, mejores conocedores de los mecanismos administrativos de esos países, que a fin de cuentas habían imitado del sistema administrativo soviético a su vez importado por los cubanos, ganaron a todos por la mano.
Los hombres de Cunhal


Don Alvaro Cunhal tuvo tan bien introducida a su gente en los ministerios de Maputo que, según decía un amigo mozambiqueño buen conocedor, eran los mejores antesalistas de la República. No existía contrato importante que quisiera cerrar Mozambique del cual no estuviesen informadas a tiempo las grandes empresas portuguesas.

Pero las relaciones entre Portugal y Angola comenzaron pronto a ir francamente mal,  al igual que todas las relaciones de antiguas metrópolis con sus antiguas colonias, y los cunhalistas perdieron terreno en Luanda. Allí terminaron por aparecer los hombres de don Santiago (Carrillo por supuesto) en un intento de ponerse al día, bien es verdad que sin mucho entusiasmo porque en cuanto a comodidad, las izquierdas españolas sí que son cómodas, y qué poco se les vio por aquel mundo convulso.

No se trataba de llegar con un siglo de retraso al "reparto de África" pero resultaba obvio que si las empresas españolas querían comerciar y exportar, España tendría que enviar por el mundo médicos, ingenieros, arquitectos, profesores, izquierdistas, y abrir sus universidades a negros, blancos y mulatos africanos.

En aquellos años de revolución, entre unos embajadores oficiales españoles que más o menos comprensiblemente no estaban casi nunca en sus puestos porque éstos eran incómodos y todo estaba por hacer, y una intelligentsia en paro de izquierdas o de derechas que prefería el seguro de desempleo a ver mundo y vivir experiencias personalmente enriquecedoras y útiles para su país, lo cierto es que sólo el sector de la pesca se extendía por África, y eso lo hacía casi siempre los empresarios solos.

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