Probablemente en ningún otro episodio como la guerra hispano-norteamericana de 1898 la prensa ha hecho más aparentemente realidad el tópico que la considera un cuarto poder. La mayor parte de los historiadores coinciden en señalar la importancia de la prensa y los periodistas en este acontecimiento de la historia mundial en el que España perdió los últimos vestigios de su imperio colonial y los Estados Unidos adquirieron, a costa de estos, un patrimonio que les catapultó como imperio.
Con la pérdida por España de sus últimos reductos coloniales suena la hora final de los imperios tradicionales, que se irán desmoronando uno tras otro durante casi cien años siguientes hasta culminar en los estados independientes de América, Africa y Asia de este siglo.
El advenimiento de Estados Unidos como potencia imperial anuncia una nueva era de dominación de nuevo contenido y forma a la que las otras grandes potencias coloniales, Francia e Inglaterra, se adaptarán.
La pujante, pragmática y eficiente América del Norte sucede, con sus emprendedores hombres de negocios a aquellos colonos que en la conquista del Oeste americano tanta amabilidad y savoir faire derrocharon con los indios propietarios ancestrales de aquellos vastos territorios. La conquista del Oeste vino a ser, para los norteamericanos, el equivalente del descubrimiento de América para España.
Nadie duda hoy de la importancia capital del papel desempeñado por la prensa norteamericana en crear un estado de opinión favorable a la guerra insurreción cubana contra España y pocos cuestionan su trascendencia para forzasr, si es que fue necesario forzarla, la voluntad del Presidente de Estados Unidos para declarar la guerra a una nación europea que a través de Cuba mantenía una frontera con el naciente Estados Unidos en una zona manifiestamente de su influencia.
Pero somos los periodistas quienes con mas frecuencia y empeño hablamos del famoso cuarto poder de que supuestamente estamos investidos por la sociedad, tal vez por un oculto deseo de que fuera realidad. Suponemos, quizá, al hacerlo, que somos parte realmente importante de ese poder real, aunque sea en cuarto lugar, y persistimos en proyectar la imagen y la idea de que en verdad lo compartimos.
La labor individual o colectiva queda así engrandecida y ennoblecida en la misma medida en que se le puede atribuir grandeza y nobleza al poder. Ante esa convicción tan arraigada y tan consentida por los otros tres poderes, los tres de verdad, no resulta superfluo intentar ver dónde radica realmente, en quien o en quienes cobra forma corporal ese cuarto poder, si es que existe, quienes tienen la posibilidad de ejercitarlo, si alguien lo ejercita, y como influye, si es que influye, en los acontecimientos históricos o diarios.
Convencidos como estamos periodistas, sociedad y los tres poderes legítimos, los de verdad, de la capacidad individual y en tanto que individual independiente del periodista de influir en los hechos apropiado dilucidar, en aquel hito importante de la historia de España y de Estados Unidos, cómo se materializó su influencia, los medios utilizados para lograrlo, y la objetividad de los materiales divulgados.
Finalmente y siguiendo el consejo de una sociedad galante como la francesa de "cherchez la femme" detrás de todo misterio, de buscar al inductor último e interesado de cualquier actuación, conviene determinar en qué marco de intereses ejercieron los periodistas norteamericanos su labor y hasta dónde alcanzó su independencia del segundo y verdadero poder.
El escenario de la última guerra hispano-cubana de 1895-1898 en ese caso guerra hispano-cubano-nortemaericana, ya ha sido estudiado ampliamente. El diplomático JM Allende Salazar (1) lo describe con notable precisión. Tuvimos, dice, los españoles, entre otras desafortunadas circunstancias, la mala surte de coincidir con el momento histórico crucial del combate entre el viejo hacer periodistico que predominó hasta finales del siglo XIX o más precisamente hasta ese 1898, y el nuevo periodismo, que es el que conocemos en la actualidad y que se inicia con la guerra hispano-norteamericana de 1898.
Ya es mala suerte esa coincidencia que remite como en otras ocasiones históricos a los adversos elementos, como en el caso de la Armada Invencible pero vencida de Felipe II, el destino de las acciones exteriores, militares o diplomáticas, de España.
El primer hacer periodistico sería, en efecto, un desgajamiento lento y progresivo de la narrativa y la ficción hacia un género nuevo que toma a la realidad, en un principio a los viajes por un mundo siempre sorprendente y desconocido que iban descubriendo los viajeros a los lectores.
Ese nuevo género que surge con fuerza necesita periodicidad, continuidad, regularidad, aproximación sistemática al hecho narrado y, para llegar al número más amplio posible de lectores, un vehículo de fácil y rápida impresión impresión y de precio asequible a la mayoría.
A mitad de camino en un principio, entre la novela y el relato fidedigno, los tiempos de información al público se tornan cada vez más periódicos, y los temas más variados.
A finales del siglo XIX el narrador es todavía el novelista que vive en un mundo entre lo real de los acontecimientos que hoy llamaríamos noticiosos y noticiables, e imaginario donde se combinan los posos dejados por las lecturas, las ambiciones difusas de la persona, los sueños correctores de las realidades, y el deseo de rendir cuenta de los sucedido agradando a lo que cada sociedad desea íntimamente que sean los acontecimientos.
El tono de ese nuevo comunicador, aunque no siempre, es todavía pedagógico y explicativo como corresponde a un hombre integrado en la sociedad en que vive y que la contempla sin ánimo de transformarla. La mente y el cuerpo se encuentran en armonía con la situación personal y se extrapola en ese sentimiento de complicidad con las aspiraciones de su nación. Ello se traduce en una exposición partidaria y sin ninguna otra preocupación.
El deseo de justicia no está ausente pero si impotente y la propia personalidad no es objeto de ningún desdoblamiento especial ante las situaciones que le estimulan. Ese primer periodismo acoge por igual la obra apasionada de un Zola que acusa y en tiempos más recientes de un Camus que denuncia, los relatos de los primeros viajeros a Oriente como Nerval y Lamartine, maravillados, asombrados, por el descubrimiento de nuevas culturas, y las impresiones de las numerosas ladies europeas que acompañan a sus maridos, unas veces diplomáticos, otras importantes hombres de negocios, en aquellas estancias que por fuerza tenían que ser prolongadas, en los nuevos países a los que se va abriendo Europa.
A ese empeño contribuirán de manera sobresaliente los editores que adaptando sus producciones permitirán la trasmisión de la forma periódica y sistemática que la bnnueva manera de contar requiere y que exige el inevitable agotamiento de los temas de no ser publicados con rapidez. Son estas caracteristicas las que lo acercan y confunden con el periodismo siguiente.
(1) JM allende Salazar, El 98 de los americanos. La guerra hispano-norteamericana de 1898 sorprenderá al mundo, y a la propia prensa norteamericana, con un nuevo estilo de periodismo agresivo, militante, en el que el periodista ya no es el aventurero deslumbrado Paul Nizan, que observa y cuenta, sino el aventurero interesado que ve, observa, participa, transforma, crea y cuenta.
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